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El que se humilla será enaltecido

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HOMILÍA

XXXI DOMINGO ORDINARIO

Ciclo A

Mal 1, 14 – 2, 2. 8-10; 1Tes 2, 7-9. 13; Mt 23, 1-12

“El que se humilla será enaltecido” (Mt 23, 12).

Ki’ olal lake’ex ka t’anex ich maya kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel in puksi’ikal. Tso’ok kiibesik tuláakal kilicho’ob yéetel kimeno’ob, beraa’ Yuumtsil ku ya’alik to’on u ti’ola’ betik óotsilil.

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor.

La semana pasada hemos celebrado con todos los yucatecos el “U Hanal Palal” dedicado a los niños difuntos, después el “U Hanal Nucuch Uinicoob” dedicado a los adultos difuntos, y finalmente celebramos el “U Hanal Pixanoob” o “Misa Pixán” dedicado a todas las ánimas; fiestas en las cuales la tradición maya nos dice que los difuntos reciben permiso para visitarnos. Esta tradición tiene en común con el cristianismo, el creer firmemente que el espíritu de los difuntos continua vivo. Como cristianos sabemos que, más que ellos nos visiten, somos nosotros los que hemos de visitarlos, ya sea yendo al panteón o también sobre todo trayéndolos a nuestra memoria y a nuestro corazón, agradecidos con Dios por haberlos tenido y por la esperanza de reencontrarlos.

También como cristianos celebramos a los que han dejado este mundo en la liturgia del día primero de noviembre, que es la solemnidad de todos los Santos, cuando recordamos a todos los que ya gozan de la contemplación de Dios en el cielo, sea que la Iglesia los haya canonizado o sea que ellos ya hayan pasado a formar parte de esa multitud innumerable de la que nos habla san Juan en el Apocalipsis; y a ellos nos encomendamos pidiendo su intercesión. Y luego celebramos el día 2 a todos los que aún se están purificando.

En cambio, nada tiene que ver con el cristianismo la celebración del “Halloween”, porque no creemos que nuestros difuntos sean monstruos o “muertos vivientes” (¡qué contradicción!); y es una verdadera irreverencia pensar así sobre nuestros fieles difuntos. Del mismo modo, celebrar a la así llamada “Santa Muerte”, es algo totalmente opuesto al cristianismo, pues nosotros celebramos al Dios de la vida, que murió por nosotros, resucitó y está sentado a la derecha del Padre; por ello sabemos que, aunque tengamos que pasar por la muerte, nuestra esperanza está puesta en que resucitaremos por el poder del Resucitado.

Ahora nos encaminamos hacia el final del año litúrgico y de este Tiempo Ordinario, el cual culminará con la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, no sin antes celebrar la primera Jornada Mundial de los Pobres a la que nos ha convocado el Santo Padre, el Papa Francisco.

Y ahora en este domingo XXXI del Tiempo Ordinario, el Señor nos llama en su Palabra a dos actitudes fundamentales en la vida cristiana, la autenticidad y la humildad. El llamado es como siempre, en primer lugar para los sacerdotes, pero que nadie se sienta excluido de esta doble invitación. Después de terminar la lectura de la Carta a los Romanos y la de la Carta a los Filipenses que fuimos siguiendo en la segunda lectura durante tantos domingos, ahora comenzamos a seguir la escucha de la Primera Carta a los Tesalonisenses, donde san Pablo se expresa con el corazón abierto sobre el cariño que siente por aquellos fieles, diciéndoles: “Los tratamos con la misma ternura que una madre estrecha en su regazo a sus pequeños. Tan grande es nuestro afecto por ustedes, que hubiéramos querido entregarles, no sólo el Evangelio de Dios, sino también nuestra propia vida, porque habían llegado a sernos sumamente queridos” (1Tes 2, 7-8).

Ojalá que todos y cada uno de ustedes hermanos y hermanas puedan experimentar y estar firmemente convencidos del mismo cariño de parte de cada uno de nosotros, sacerdotes que estamos a su servicio, hacia ustedes nuestros feligreses. Ojalá que cada sacerdote en Yucatán y el mundo entero tengamos siempre la intención y la capacidad de transmitir nuestro cariño por todos los fieles, pues si no los amamos, nuestra vida y ministerio no tendrían sentido. Y al mismo tiempo, espero que los sacerdotes podamos experimentar la misma satisfacción que sentía san Pablo al ver que los tesalonicenses recibían su palabra, no como palabra humana, sino como es en verdad, como palabra de Dios que sigue ejerciendo su acción en todos los creyentes de Yucatán.

Pero los sacerdotes, además de no saber demostrar afecto a nuestros fieles, podemos fallar de una y mil maneras y hasta con graves pecados. A los sacerdotes del Antiguo Testamento el Señor les reprochó su conducta en varias ocasiones, como la que escuchamos hoy en la lectura del profeta Malaquías que dice: “Ustedes se han apartado del camino, han hecho tropezar a muchos en la ley; han anulado la alianza que hice con mi tribu sacerdotal de Leví. Por eso yo los hago despreciables y viles ante todo el pueblo, pues no han seguido mi camino y han aplicado la ley con parcialidad” (Mal 2, 8-9). Aunque desde luego, debe haber habido muchos sacerdotes buenos y hasta santos como hoy en día, aún con algunas posibles y penosas excepciones, la gran mayoría de los sacerdotes ejercen su ministerio con fidelidad y muchos incluso con santidad de vida.

Por otra parte hay que saber distinguir entre la doctrina y el ejemplo, porque entre los sacerdotes, los diáconos, las religiosas, los catequistas y demás evangelizadores, pudiera haber algunos con mal comportamiento o con una mala actitud, y no por eso dejaría de tener validez su enseñanza. Los escribas y fariseos eran hombres de gran prestigio social religioso en el judaísmo, sin embargo muchos de ellos eran incongruentes, ya que no se comportaban de acuerdo a lo que enseñaban.

En el evangelio de hoy Jesús echa en cara a los escribas y fariseos su comportamiento diciendo a las multitudes y a sus discípulos: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos. Hagan, pues, todo lo que les digan, pero no imiten sus obras, porque dicen una cosa y hacen otra” (Mt 23, 1). Así que el mal ejemplo de un evangelizador no ha de ser pretexto ni justificación para que nadie pretenda llevar una mala conducta. Además, lejos de analizar o de juzgar el comportamiento de nuestros líderes religiosos, pensemos en nosotros mismos, qué tan congruentes somos entre lo que decimos y lo que hacemos, entre lo que enseñamos y lo que practicamos.

El segundo llamado del Señor en el evangelio de este domingo es a la humildad. Él invita a que el mayor sea el servidor de los demás. ¿Quién podría ser mayor en el mundo que el mismo Dios hecho hombre? Sin embargo él se mostró siempre como servidor y con una humildad que invitaba a los niños, a los pobres y a los pecadores a acercarse a él con confianza. Es inevitable que en todos los grupos humanos deba haber una cabeza, en los grupos políticos, en las escuelas, en cualquier sociedad, en la Iglesia y en la familia. La humildad está en no buscar los cargos de prestigio.

La humildad está en reconocer con cierta veneración y respeto a la autoridad de quien está al frente, como servicio a la unidad en cualquier grupo. Así que no tomemos al pie de la letra lo que Jesús dice de no dejar que nadie nos llame “maestros”, “padres” o “guías”. En tiempos recientes en algunos grupos se quitó el título de “presidente” y se cambió por el de “coordinador”; pero no se trata de nombres, títulos o palabras, sino de actitudes de humildad para ser servidores de los demás como maestros, padres, guías, presidentes, jefes o coordinadores. Cabe siempre el dicho de que “quien no sepa obedecer no sabrá mandar”. Es seguro que quien respete, obedezca y valore a quien le representa autoridad, será un buen sustituto en el cargo. Suele suceder que quien critica a quien está a la cabeza, en el fondo esconde la envidia y el deseo de ocupar ese cargo.

Esperemos que cada uno de nosotros con sinceridad y sencillez pueda hacer suyas las palabras del salmo 130 que hoy recitamos: “Señor, mi corazón no es ambicioso ni mis ojos soberbios; no pretendo grandezas que superen mi capacidad. Estoy, Señor, por el contrario, tranquilo y en silencio, como niño recién amamantado en brazos de su madre”.

Pidamos por los jóvenes de Yucatán con la oración del Papa Francisco por los jóvenes en preparación al Sínodo de los Obispos del 2018:

Señor Jesús, tu Iglesia en camino hacia el Sínodo dirige su mirada a todos los jóvenes del mundo. Te pedimos para que con audacia se hagan cargo de su propia vida, vean las cosas más hermosas y profundas y conserven siempre el corazón libre.Acompañados por guías sapientes y generosos, ayúdalos a responder a la llamada que Tú diriges a cada uno de ellos, para realizar el propio proyecto de vida y alcanzar la felicidad. Mantén abiertos sus corazones a los grandes sueños y haz que estén atentos al bien de los hermanos.

Como el discípulo amado, estén también ellos al pie de la Cruz para acoger a tu Madre, recibiéndola de ti como un don. Sean testigos de la Resurrección y sepan reconocerte vivo junto a ellos anunciando con alegría que Tú eres el Señor. Amén.

¡Feliz semana a todos! ¡Sea alabado Jesucristo!

+ Gustavo Rodríguez Vega

Arzobispo de Yucatán