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¡Talitá Kum!, ¡Óyeme, niña, levántate! (Mc 5, 41)

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HOMILÍA

XIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Ciclo B

Sab 1, 13-15; 2, 23-24; 2 Cor 8, 7. 9. 13-15; Mc 5, 21-43.

¡Talitá Kum!, ¡Óyeme, niña, levántate! (Mc 5, 41).

Ki’ óolal lake’ex ka t’ane’ex ich maya, kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel in puksi’ikal. Bejla’e’ u kiinil yéeyik u jalachilo’ob. Tuláakal máaxo’ob yaan ti’obe’ 18 ja’abo’ob k’aabet u yéyiko’ob. Dso’okole’ ma’ u yaantal k’aakas óolal ichilo’one’ex.

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor.

Ha llegado el día de las elecciones. Que nadie mayor de los dieciocho años se quede sin expresar su voto. Es un deber ciudadano y por lo tanto, es también un deber cristiano. Hago una invitación especial a todos los jóvenes para que expresen su voto en las urnas, porque sin duda que ustedes harán la diferencia. Ofrezcamos la Eucaristía de hoy, por los que Dios sabe que serán elegidos, para que se esfuercen al máximo por cumplir con sus promesas de campaña, por promover la paz junto con la estabilidad en el país y por favorecer a los más necesitados. Recordemos que la paz es fruto de la justicia.

Sigamos en oración por todos los niños migrantes recluidos en los Estados Unidos, separados de sus padres, para que se logre el anhelado reencuentro y para que el grave trauma sea superado en la mente de los niños. Pidamos por nuestra nación y por las naciones centroamericanas, para que se logre un estatus de vida suficientemente digno, para que nadie se vea forzado a emigrar, porque antes que el derecho a emigrar está el derecho a no emigrar.

El Señor es el autor de la vida; si nosotros hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, nuestra vida debe ser eterna. La muerte fue introducida al mundo por el maligno, como precio del pecado, pero la muerte no tiene la última palabra, ni es lo peor que le puede pasar a un ser humano. En muchas ocasiones los médicos se quedan sin explicación de por qué o de cómo una persona sobrevive contra todo pronóstico a una operación u enfermedad mortal, por lo que tienen que comprobar una y otra vez que el Señor tiene la última palabra. En todo caso, la muerte no es para siempre y de eso estamos plenamente convencidos cuantos creemos en Cristo. La primera lectura de hoy tomada del Libro de la Sabiduría dice: “Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes” (Sab 1, 13).

En el mismo sentido se expresa el Salmo 29, que hoy proclamamos y que dice: “Tú, Señor, me salvaste de la muerte y a punto de morir me reviviste”. Por eso cuando tengamos un ser querido en gravedad, creamos siempre que Dios puede curarle, natural o sobrenaturalmente, que siempre es su mano la que concede la recuperación.

El santo evangelio del este domingo, según san Marcos, nos habla del poder divino de Jesús para curar y devolver la vida. Habiendo una multitud a su alrededor, Jesús recibe al jefe de la sinagoga llamado Jairo, que viene a suplicarle por su hija que está muriendo. La grave enfermedad de un hijo es una buena ocasión para que un padre incrédulo comience a creer, o si ya cree, es ocasión para crecer aún más en la fe. Una vez me platicó un matrimonio que ellos se jactaban de su ateísmo e incredulidad, pero que cuando su pequeña hija entraba en una cirugía y el doctor no se las garantizaba, sino que les dijo, pónganse a rezar, ellos se tomaron de las manos y oraron como el mismo Dios les dio a entender. El médico salió poco después del quirófano y ellos se asustaron mucho porque él les había advertido que la operación tardaría horas, por lo que si salía pronto significaría que algo malo había pasado. Pero para su sorpresa les dijo el médico que la operación se había suspendido, pues luego de algunas pruebas comprobaron que inexplicablemente, la niña estaba saludable y que no necesitaba de la operación. Desde entonces ellos son una pareja de gran fe y de mucho compromiso en la Iglesia.

Jairo estaba desesperado cuando se acercó a Jesús. Un momento de desesperación puede ser una oportunidad de crecimiento en la fe. En medio de la muchedumbre una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años se acerca a Jesús creyendo que con sólo tocar su manto podría curarse, y al tocar la orla del manto de Jesús queda efectivamente curada. Jesús busca a la que lo ha tocado más con su fe que con su mano, a lo que ella temblorosa de emoción reconoce que lo tocó y que el milagro se realizó. Jesús la tranquiliza diciéndole: “Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad”. Es triste pero muchas personas que sanan de una enfermedad, luego no continúan perseverando en la fe y con ingratitud se alejan de Dios.

En ese momento le avisan a Jairo que su hija ya había muerto, pero Jesús lo anima a continuar creyendo. Continúa sólo su camino acompañado de Jairo y de Pedro, Santiago y Juan. Al llegar a la casa, Jesús manda callar a todos los que lloran y dan alaridos de dolor diciéndoles que la niña no está muerta sino dormida. Con esto la gente se burlaba de él; al final se quedaron solos los papás de la niña con Jesús y con los tres apóstoles. Entonces tomó de la mano a la niña y le ordenó: “¡Talitá Kum!”, que significa: “¡Óyeme, niña, levántate!”. Así la niña resucitó.

Jesús ordenó dos cosas, que no se lo dijeran a nadie y que le dieran de comer a la niña. Jesús rechaza las multitudes que con curiosidad morbosa quieran venir en busca de ver un milagro, por eso ordena que no se lo digan a nadie, porque él quiere ser escuchado, más que visto con curiosidad e interés. Él quiere ser buscado con fe incondicional, aunque antes tiene la sensibilidad por preocuparse de que la niña coma de inmediato.

La niña resucitada tenía doce años y la mujer que fue curada tenía también doce años con su enfermedad, de lo cual nos resulta que los dos milagros además de ser históricos, son también simbólicos al mismo tiempo. Eran doce los Patriarcas de quienes derivaron las doce tribus de Israel, de igual modo fueron doce los Apóstoles para fundar el nuevo Pueblo de Dios, que es la Iglesia. La mujer simboliza al pueblo de Israel y la niña a la Iglesia. De hecho, Cristo estaba fortaleciendo las tres más grandes columnas de la Iglesia que son Pedro, Santiago y Juan; así nos estaba construyendo a todos nosotros. No se trata sólo de un milagro a favor de dos personas o de dos familias, sino en favor de toda la Iglesia.

En la segunda lectura tomada de la Segunda Carta de san Pablo a los Corintios, el Apóstol está motivando a los discípulos de aquella comunidad cristiana a ser generosos en la colecta que él mismo estaba conduciendo, en favor de los pobres de Jerusalén. Les dice que no se trata de que ellos pasen hambre por ayudar en la colecta, sino de que cada uno dé de lo que no le es estrictamente necesario para la subsistencia, sino que al compartir todos queden en situación semejante.

La Iglesia no ha dejado nunca de organizar colectas, porque a los pobres los tendremos siempre con nosotros y nunca nos faltará la oportunidad de compartir con los necesitados. La Iglesia siempre ha ido más allá de las obras asistenciales y llega a la promoción humana que busca que los pobres sean protagonistas de su propia superación. A la Pastoral Social le toca coordinar en la Iglesia las obras de asistencia, pero también la promoción humana junto con todo lo que contribuya a la justicia y la solidaridad entre los católicos y entre todas las personas. Ojalá que así como hay tantos catequistas y ministros de la Comunión, haya mucha gente colaborando en las obras de la Pastoral Social de su parroquia, así como de la Arquidiócesis.

El día 12 de julio cientos de yucatecos iremos en peregrinación a la Basílica de nuestra Señora de Guadalupe en la Ciudad de México. Todavía es tiempo para que los que no se han enterado o no se han decidido se animen para que nos acompañen y juntos ofrezcamos la Eucaristía desde el Tepeyac, por nuestras intenciones personales, familiares, eclesiales y sociales; orando entonces especialmente por el Presidente, el Gobernador y los Presidentes Municipales que hayamos elegido el día de hoy. Que interceda por nosotros nuestra Madre de Guadalupe.

Que tengan todos una feliz semana ¡Sea alabado Jesucristo!

+ Gustavo Rodríguez Vega

Arzobispo de Yucatán