u obediencia ante las jerarquías de sus partidos. Una cosa es segura: no fue por la segunda opción.
Públicamente, varios senadores del PAN y del PRI criticaron la iniciativa porque afectaba a la clase media, porque frenaba el crecimiento económico, porque iba contra sus principios o porque violaba sus promesas de campaña. Notas periodísticas vaticinaban rebelión entre los legisladores del partido gobernante y una nueva propuesta fiscal por parte del PRI. Pero al final, pudo más la obediencia. Los representantes populares del PAN aceptaron en bloque el paquete fiscal mientras, también al unísono, los priístas se abstuvieron de votar, y así, respaldar en silencio la “aberración” que horas antes prometían derrumbar.
Bastaba con escuchar las expresiones sociales de repudio en internet, en la calle, en las encuestas, en los medios de comunicación, para saber que el único consenso posible era en contra de la propuesta presentada por el gobierno federal. Es cierto lo que dice el presidente Calderón: a nadie le gusta pagar ni cobrar impuestos. El problema es que México lo hace en el peor momento y de la peor manera, en medio de una grave crisis económica, con las recetas de siempre —incremento en ISR e IVA— y sin demostrar compromiso suficiente con la austeridad y la transparencia en el manejo de esos recursos.
¿A quién le debe su puesto un legislador? ¿A las personas que lo eligen o al gobernador que le dio su candidatura y los recursos para su campaña? Diputados y senadores ya nos dieron la respuesta. Ojalá este bochornoso episodio fiscal les motive a usar su propio poder para cortar los hilos que los atan
