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En primera persona: Un panorama de infierno en Haití

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Samuel (nombre ficticio) creció cerca de Puerto Príncipe, la capital de Haití, y ha visto cómo el que fue su hogar de niño se ha sumido en un caos progresivo y de violencia callejera. Ahora, como miembro del personal de la agencia de la ONU para el desarrollo en el país, se enfrenta al riesgo diario de ser secuestrado o de sufrir un destino aún peor.

 

“Pasé gran parte de mi infancia en el sur de la capital, en Cité Plus; desde los diez años hasta que me casé, con 26. Entonces era un lugar tranquilo, pero se ha transformado en un barrio sin ley, una zona infernal.

En mi familia, no crecimos siendo precisamente ricos, pero siempre tuvimos suficiente para comer, y mis padres ganaban lo necesario para enviarnos a mí y a mis tres hermanos a escuelas privadas. Estudié filosofía en la Universidad de Haití, además de derecho y economía. Más adelante, estudié periodismo y multimedia.

En 2014, me uní al Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

La inseguridad en Haití

Gracias a mi trabajo con el PNUD en el terreno, he podido conocer a personas con principios, con una capacidad de resiliencia extraordinaria. Se trata de gente que cree en un futuro mejor y que posee un gran espíritu de comunidad, y trabaja duro a pesar de la falta de servicios públicos básicos.

En nuestras oficinas trabajo con compañeros excepcionales que demuestran una gran profesionalidad y eficacia, a pesar de las muchas crisis que les afectan, personal y laboralmente.

Sin embargo, es innegable que todos trabajamos bajo una sensación constante de inseguridad y con el temor a que la gente se entere de dónde trabajamos.

Son muchos los que cree que todos los trabajadores de las Naciones Unidas y las personas que trabajan para organizaciones internacionales son ricos, y esto genera celos e incluso odio entre las personas más desfavorecidas. No olvidemos que nos encontramos en un país con una tasa de desempleo muy alta.

Con el aumento alarmante del número de secuestros en los últimos tiempos, esta sensación de inseguridad es aún mayor.

Desplazarse al trabajo es peligroso

Al pertenecer al personal de una organización internacional en Puerto Príncipe, es recomendable vivir en ciertos vecindarios y siempre debo tener cuidado a la hora de compartir mi información personal y profesional.

En el último año, la situación se ha deteriorado, así que he tenido que ser precavido con las rutas que tomo para ir al trabajo. Les ocurre lo mismo a otros compañeros que viven en áreas afectadas por la creciente inseguridad, como el centro de Puerto Príncipe, Carrefour, Mariani, Merger, Gressier o Léogâne.

Mi esposa y yo nos vemos forzados a quedarnos en casa de familiares en Puerto Príncipe durante la semana, a pesar de que nos hicimos una casa familiar en otro punto de la ciudad. Nuestros dos hijos acuden a la escuela cerca de donde construimos la casa, y solo podemos verlos el fin de semana, si es que podemos hacer el trayecto.

De lo contrario, solo podemos comunicarnos con ellos por teléfono, como si viviéramos en países distintos.

Ir al trabajo es demasiado peligroso. Las autoridades han perdido el control de las principales rutas de transporte hacia el sur y el este de la ciudad, a través de zonas como Martissant y Croix des Bouquets. Las pandillas roban a la población, saquean las casas, violan a las mujeres y disparan a los pasajeros de los autobuses o automóviles.

Escenas de terror en el camino

Moverse por carretera significa aceptar que pasarás por delante de cadáveres humanos, a veces abandonados en el borde del camino para que los perros se los coman. Dudo que los muertos en el barrio de Martissant siquiera consten en las estadísticas oficiales de bajas mortales.

Las cosas eran muy diferentes antes. En mi infancia, Cité Plus era como muchos otros barrios de Puerto Príncipe. Entonces, había muchas familias pobres, madres solteras y niños cuyos padres no podían permitirse alimentarlos o enviarlos a la escuela, pero sin duda había menos delincuencia.

Hoy día en Haití, conceptos como la libre elección, la libre circulación y la seguridad forman cada vez menos parte de la realidad.

Siento como si estuviera en un país que se está muriendo

El futuro de Haití es muy incierto. Es como si viviéramos en un Estado fallido. No siento que los líderes tengan la autoridad para restablecer el orden.

Vivimos en una situación de terror total. Siento como si estuviera en un país que se está muriendo.

Pase lo que pase, lucharé por sobrevivir, cueste lo que cueste. Pero para sobrevivir, hace falta mantenerse vivo, y siento que la inseguridad me acecha.

Muchos de mis conocidos han sido víctimas de violencia o secuestros, ya sea directa o indirectamente. Temo que mi esposa y mis hijos se conviertan en el blanco de los delincuentes.

Dada la situación actual, muchas personas han abandonado el país y muchas más planean marcharse.

Quiero quedarme en un Haití cuyas instituciones trabajen para sus ciudadanos, sin discriminación alguna, donde se reduzca la desigualdad y donde todos los ciudadanos tengan acceso a los servicios básicos.

No creo que Haití esté necesariamente condenado al fracaso. Podemos salir de este caos, siempre que haya un despertar colectivo y una masa crítica de gente decidida a volver a poner el país en marcha. Pero esto requerirá muchos sacrificios y el deseo de contribuir al interés colectivo.

 

 

 

Boletín de prensa de la ONU