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Ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido ni han creído

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HOMILÍA
XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo A
EZ 18, 25-28; Flp 2, 1-11; Mt 21, 28-32.

“Ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido ni han creído” (Mt 21, 32).

 

In láake’ex ka t’aane’ex ich maaya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Le máax ma’ u yu’ubik u áalmat’aan Yuumtsile’, ma’atech u yu’ubik t’aan. Chen ba’ale’ láayli’e je’e u páajtal u ch’i’ik ma’alob bej, beyo’ ku yu’ubik u áalmat’aan Yuumtsile’. Tu jajile’ jach ma’alob u’uyik u t’aan Yuumtsil Chen ba’ale’ Leti’e ma’atech u k”aatik mix báa waa má u ka’a máak, ku páajtik ti’ to’on ka’a k beet u áalmat’aan yeetel ki’imakóolal.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor Jesús.

El texto de la Carta de san Pablo a los Filipenses que hoy escuchamos en la segunda lectura, parece que es un himno antiguo que ya recitaban o cantaban los primeros cristianos, así como aún hoy es cantado. El Apóstol está exhortando a los filipenses a ser humildes, y el máximo ejemplo de humildad de todos los tiempos, es el de Cristo Jesús. Después viene el ejemplo de la santísima Virgen María, el de san Francisco de Asís, y el de todos los santos. Todos ellos copiaron los sentimientos y actitudes de Cristo, el cual se abajó de su condición divina a la condición humana. Aún habiendo nacido en el más espléndido palacio o en la más abundante riqueza y poder, bajar de la divinidad a la humanidad es un acto de humildad incomparable e inalcanzable.

¡Ah! Pero el Hijo de Dios vino a una familia humilde, y quiso vivir en una condición todavía más humilde, naciendo en un establo en Belén. Todo lo hizo Jesús por obediencia al Padre. En su condición de Hijo del Padre, “engendrado, no creado, nacido del Padre antes de todos los siglos,” siendo como es “Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero”, en su naturaleza de Hijo está la obediencia, como debe de estar esa virtud en cada ser humano.

Todos los hombres tenemos la capacidad de ser obedientes, pero al ganarnos la soberbia, nos falta la humildad para obedecer. Dios nos hizo libres, pero la soberbia nos lleva a hacer mal uso de nuestra libertad. Entonces, todo pecado es un acto de soberbia y desobediencia, un mal uso de la libertad, desde el pecado original hasta los pecados propios de cada uno de nosotros.

La obediencia de Jesús lo llevó a aceptar la muerte y una muerte de cruz, muerte por demás dolorosa, pero al mismo tiempo vergonzosa. Ya era bastante dolor un poco de frío en la noche de Belén, o una pequeña molestia por las pajas, pero él quiso llevar toda una vida de obediencia y llegar hasta la cruz. Dice el Apóstol: “Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre” (Flp 2, 9).

Lo que el Hijo de Dios tenía por su naturaleza divina, lo conquistó tomando nuestra naturaleza humana, para mostrarnos que sí se puede: Nosotros también podemos obedecer a Dios nuestro Padre, hasta las últimas consecuencias, como lo han hecho los mártires y todos los santos.

En el santo evangelio, según san Mateo, Jesús presenta una parábola sobre dos hijos que reciben un mandato de su padre de ir a trabajar en su viña. El primero le respondió a su papá: “Ya voy”, pero no fue; mientras que el segundo le contestó: “No quiero ir”, pero se arrepintió y fue.

Entonces Jesús le preguntó a los Sumos Sacerdotes y a los ancianos del pueblo cuál de los dos hijos había hecho la voluntad de su padre, y le respondieron que el segundo; y así, sin darse cuenta se “echaron la soga al cuello”; porque Jesús quería exaltar a los publicanos y a las prostitutas quienes, arrepentidos ante la predicación de Juan el Bautista y ante su propia predicación, habían cambiado de vida; mientras que los jefes del pueblo, creyéndose perfectos, no aceptaron con humildad obedecer el llamado a la conversión.

En el mismo sentido dice el profeta Ezequiel en la primera lectura de hoy: “Cuando el pecador se arrepiente del mal que hizo y practica la rectitud y la justicia, él mismo salva su vida” (Ez 18, 27). Igualmente, en el Salmo 24, que hoy proclamamos, nos dice el salmista: “Porque el Señor es recto y bondadoso indica a los pecadores el sendero, guía por la senda recta a los humildes”. De nuevo la humildad y la obediencia disponen para la verdadera y total conversión.

La humildad y la obediencia son dos parámetros fundamentales a tomar en cuenta en nuestro examen cotidiano de conciencia. La humildad de Cristo no es un recuerdo hermoso de algo que él hizo, porque Cristo a diario tiene la humildad de esconderse en un pedazo de pan en la Eucaristía, para decirnos “tomen y coman”, así como también para ocultarse en la persona de un pobre, de un enfermo, de un preso o de un migrante, pues él dijo que se identifica con cada uno de ellos: “Lo que hagan con uno de éstos mis hermanos, conmigo lo hicieron” (Mt 25, 31-46).

Un diálogo auténtico requiere siempre un mínimo de humildad para aceptarnos unos a otros. Un diálogo en la Iglesia es un ejercicio de sinodalidad. El “Diálogo por la Paz y la Seguridad en México” fue realizado entre personas muy diversas en su forma de pensar, de vivir y de creer. Aunque fue convocado por los Obispos de México, en el diálogo participaron creyentes y no creyentes, lo mismo que cristianos de otras iglesias y judíos. Hubo algunos ponentes muy conocedores de la realidad en nuestra Patria, pero también hubo víctimas y familiares de víctimas que participaron desde sus dolorosas experiencias. Juntos todos pudieron llegar a un “Acuerdo Ciudadano por la Paz en México“.

Recordemos que el trabajo por la paz nos corresponde también a los yucatecos, no sólo por la violencia que se vive dentro de muchas familias, sino porque somos un solo pueblo, y México necesita nuestra solidaridad. Además, la violencia e inseguridad está empujando a muchos hermanos nuestros a desplazarse a Mérida y a otros municipios del Estado. Nuestro crecimiento poblacional es todo un reto para asegurar que la paz se sostenga entre nosotros.

Les invito a sumarnos todos a este acuerdo, el cual supone los siguientes compromisos:
1. Construir la Red Nacional de Paz.
2. Participar del liderazgo y compromiso inclusivo.
3. Propiciar la articulación interinstitucional, creando mecanismos de diálogo y colaboración.
4. Impulsar la implementación de la Agenda Nacional de Paz en los diferentes sectores de la sociedad.
5. Presentar la Agenda Nacional de Paz a todos los candidatos y candidatas a un puesto de elección, sea municipal, estatal o federal.
6. Construir espacios digitales que nos permitan encontrarnos, vincularnos, compartir experiencias y sumar esfuerzos.

Cfr. cem.org.mx/acuerdo-ciudadano-por-la-paz-en-mexico/

 

Cristo nos dijo: “La paz les dejo, mi paz les doy” (Jn 14, 27). Que esta paz interior que nos viene de nuestra unión a Cristo nos impulse a comprometernos en la construcción de la paz. María, Reina de la paz, intercede por nosotros.

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

 

 

 

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