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Sur profundo vs. norte abismal

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El propio Carlos “Cheché” Ceballos Traconis, nos lo podría decir:
él mismo, fue un gran impulsor de aquella unidad deportiva Fernando
Valenzuela, situada frente al reclusorio, epicentro desde el cual
detonó una cadena de obras por los alrededores, que no han parado,
trienio tras trienio. Aquel edil, se propuso atender el lío de las
pandillas que, para entonces, tenía ya algunos años de instalado y
hasta logró reducir los pleitos del rumbo. Sobre esto han surgido toda
clase de leyendas urbanas respecto a los tratos que en aquel entonces
hicieron los priístas con Carlos Huchim Chel, quien fuera el líder
visible del movimiento, pero lo cierto es que la época y la edad de
todos, terminaron desinflando esta moda social.
 
Pero antes de las obras que empezó “El Cheché”, el Ing. Herbé
Rodríguez Abraham trabajó intensamente por esa misma zona. Canchas,
parques, calles, empezaron a aparecer por ese populoso sector. El
último alcalde priísta, Tuffy Gáber Arjona, continuó desarrollando
obras como lo hicieron luego, en forma más intensa, los seis últimos
ayuntamientos panistas y como lo hace la actual administración. Creo
que las obras de infraestructura no han faltado.
 
El sur de hoy, no se parece en nada a lo que fue en 1988 cuando
este autor reporteaba en los juzgados penales. Cuadras de monte, sin
una sola casa, rodeaban tres costados del penal. Y avanzar por la 60
sur, hace casi 30 años, era un peligro real circulando en automóvil,
pero hacerlo a pie era un suicidio. Noche tras noche, los convoyes de
la “Operación Colonias”, se metían por esas zonas y los pandilleros se
fueron calmando.
 
Sin embargo, las obras no han podido suplir lo que se da en las
escuelas que es algo de cultura, y menos han aportado la necesaria
educación que se debe dar en los hogares. Por cosas del destino, la
zona vive la presencia de diversos cultos y sectas que poco o nada han
podido hacer para mitigar la descomposición social. Todas las
religiones tienen decenas de templos. Eso sí, en unas cuantas manzanas,
se pueden contar más cantinas y expendios de alcohol que la suma de
todas las escuelas que hay en 50 manzanas a la redonda. Las crónicas
policíacas a veces informan que hay decenas de “casitas” donde se
expende droga y nos hablan de la detención de narcomenudeadores.
 
Nada tienen que ver entonces las obras de infraestructura que han
hecho las autoridades con la convivencia social. Está visto que no es
un asunto geográfico ni de inversión pública. En el sur hay flamantes
calles por decenas de cuadras donde la gente no tiene vehículo. Y ya
cuentan con banquetas mejores que en muchas zonas del resto de la
ciudad donde las casitas son el único testimonio real de que estamos
frente a una zona paupérrima, donde mora la gente sin empleo o de
salario mínimo.
 
Pero así como en el sur pasan cosas lamentables, el norte de la
ciudad también tiene lo suyo, solo que hacemos como que no lo vemos. En
algunas escuelas de paga, ya hay niñas de conocidas familias que
golpean a las más chicas o a las más humildes. Las más pudientes
humillan a las más educadas, que no tienen la conducta prepotente con
que se conducen las “de clase”. En los kínders las educadoras conocen
qué pasa en cada casa, por el lenguaje soez y grosero que tienen niños
de apenas 5 años.
 
No es todo: al término de partidos de futbol escolares, suele
haber riñas y no precisamente de relajo. Trompadas y patadas en serio,
ocurren en las canchas de conocidos planteles del norte que han sido
materia de conversación al terminar un domingo familiar. Un par de
niños de 8 ó 9 años, filmaban con una cámara digital, cómo era agredido
un tercero, en el fraccionamiento Villas la Hacienda.
 
Hay varios casos de conocidos jóvenes de “la sociedad”,
estudiantes de escuelas caras e hijos de conocidos, notables
empresarios o políticos, que han propinado salvajes golpizas a otros
indefensos, al salir de los planteles, o al salir de los antros o al
salir de una fiesta de quince años. ¿Y qué decir de los pleitos de
padres de familia o las amenazas dentro de colegios particulares en
medio de una convivencia social?
 
La diferencia entre aquel caso del sur donde hubo un muerto y los
pleitos callados del norte estriba en que unos salen en las páginas de
policía y los otros se ocultan de las de colores. Y si no llega la
policía a detener a los mejor vestidos, es porque algún adulto se
aparece y pone fin a la tortura. No ha desencadenado en una muerte
porque no les ha dado tiempo. Es cosa de dejarlos un rato a sus anchas
para ver qué hacen. ¿Nadie recuerda lo que pasaba en Sanjuanistas? ¿Ya
nadie se acuerda de cómo quedaba el edificio de la policía al terminar
un martes de Carnaval, lleno de papás millonetas?
 
Frente a sus madres, fumadoras y tomadoras de agua, hace unos
meses observé en una franquicia del norte, a cinco niños de un afamado
colegio particular, divirtiéndose estallando con los pies, los
sobrecitos de salsa de tomate, de chile y de mayonesa. Sus deportivas
progenitoras, incapaces de decirles algo, reían con ellos del asqueroso
resultado impregnado en el piso. Era evidente que ninguna de ellas
había sido bien educada.
 
Me dicen unos maestros particulares que jóvenes elegantemente
vestidos, con carro del año, que tiran el dinero de sus padres en
alguna de nuestras discotecas o bares, con frecuencia cometen actos de
pandillerismo como patear puertas, rayar autos, ensuciar paredes,
lanzar huevos, estiércol o aceite, a los guardias de las casas del
norte –donde sus inhumanos propietarios los tienen a la intemperie-, y
eso nadie lo lee en ningún lado.
 
Lo que pasa en un par de colegios particulares del norte, a media
semana, cuando los choferes dejan a varias adolescentes alcoholizadas,
semidormidas,  luego de los 2 x 1 ¿eso es menos de lo que pasa a los
pandilleros del sur?
 
Entonces ¿de qué desintegración familiar hablamos? ¿Sur profundo?
¿O norte hueco, abismal? No es cosa de obras ni de autoridades. El mal
es más grande, está en toda la ciudad y, como dicen los expertos, “es
multifactorial”.
 
Va en serio. A mi parecer, el Alcalde de Mérida tiene
asomos de estadista. Contra todo lo que este articulista pueda
achacarle por su estilo, personalidad arrebatada y en general por su
forma de ser, tengo que admitir que el miércoles 14 pasado César
Bojórquez demostró una faceta que merece apoyo sin regateos: está
pensando seriamente en reubicar el derrotero del Carnaval, en aras de
que luzca, de que la gente pueda apreciarlo mejor, y de que la vida de
los demás meridanos que no van a esa fiesta, se trastorne, como ocurre
al cerrar la mitad de la ciudad.
 
Si él no lo hace, me temo que no lo hará nadie. Sus excelentes
relaciones comerciales con los medios, pero sobre todo, su poder de
negociación, sumado a la oportunidad que tiene frente a sí de pasar a
la historia por esa valiente decisión, constituyen elementos más que
suficientes para respaldarlo.
 
Salvo que alguien quiera boicotearlo, este presidente municipal
tiene la valiosa oportunidad de regalarle a la ciudad una de las
mejores decisiones: no seguir usando el pobre Paseo de Montejo para la
penosa exhibición de las borracheras que ocurren al finalizar los
desfiles del Carnaval, en cada una de las barras-tarimas de artistas y
radiodifusoras.
 
¿También va en serio la limpia en Desarrollo Urbano? Salvo
que yo mismo compruebe lo contrario, es justo decir que a partir del
cambio de titular de esa terrible oficina que da y quita los permisos
de construcción, que define los usos del suelo y que por tanto es
cómplice –como ninguna- del daño o bien que se le haga a Mérida, se
empiezan a tomar medidas para intentar componer el enorme daño que ya
se hizo a la ciudad con autorizaciones indebidas, ilegales o de plano
falsificadas.
 
Hay en esa dirección, gente -que se me antoja decirlo así-, no
entró a lucrar con las licencias, ni tampoco a vender sus servicios
como gestor único para abrir giros difíciles. Al contrario, acaban de
entrar a componer e intentar erradicar las numerosas redes de
corrupción que añejamente funcionan en esa dirección.
 
Aunque se tomó una decisión, a mi juicio tardía, para tratar de
enmendar los grandes deterioros que en cosa de un año o más se
cometieron ahí, debo reconocer que cuando menos algo ya se empieza a
hacer. Cierto es que en cada empleado puede haber un mal servidor,
corrompido por los cientos de ciudadanos que a diario acuden ahí a
intentar resolver, mediante mordidas, la apertura de negocios, locales
y demás giros, que no cumplen los mínimos requisitos de ley. Pero lo
importante será que esto no siga ocurriendo, y mejor sería que se
castigue.
 
Sería excelente que el daño que causó la gente que se fue, al
tolerar decenas, quizá cientos de violaciones a la ley y al reglamento
del ramo, pudiera corregirse: pueden empezar por ejemplo por las
farmacias de la letra “A”, que han de ser un caso aparte para
investigar, porque invariablemente gozaron de protección para
impunemente hacer obras indebidas. Baste el ejemplo de la situada
frente a la fuente del Circuito Colonias y la prolongación del Paseo de
Montejo-, que indebidamente tiene una entrada en medio de la glorieta,
cuando en ninguna de las otras tres esquinas se había permitido eso.
¿Se atrevería el Ayuntamiento a cerrar ese ilegal acceso?
 
Caimede o ¿caimiedo? Con tantas penas que le causa a la
sociedad lo que pasa al interior de este centro, con tantos problemas
que dan las autoridades al tenerlo bajo su cuidado; pero aún más, con
las vergüenzas que nos hace pasar a todos los demás adultos que no
hacemos nada ¿no será tiempo ya de tomar una decisión histórica que
ponga a esa institución en manos de un cuerpo mutidisciplinario, de
profesionales, auxiliados de una directiva, de un consejo
especializado, de todo un equipo de gente decente que se ocupe de su
operación y que el gobierno solo tenga una silla en su administración?
Así los pobres infelices que fueron llevados ahí para supuestamente
protegerlos de padres violentos o por carecer de ellos, no caerían en
manos de sujetos que violan niñas, de cocineras y trabajadoras sociales
que las golpean o directoras que los castigan y menos serían víctimas
de sujetos impreparados que nada hacen por cuidar a los menores ahí
recluidos.
 
¿A ninguna autoridad le da vergüenza todo esto? La
procuradora del menor y la familia –que ignoro quién sea y ni la
conozco- debería renunciar a su puesto, en solidaridad con los infantes
por los cuales no puede hacer nada, o cuando menos en señal de protesta
por lo que ahí pasa. (A.E.M. Mérida, Yucatán. 15 de enero de 2009)